lunes, 21 de diciembre de 2015

De Filón de Alejandría a Lacan, pasando por el Evangelio



El amplio período helenístico, en la cultura y la filosofía nacidas en la Grecia clásica, tiene la singularidad de reunir –a través de la lengua hegemónica, que es precisamente el “griego koiné” (común)- la herencia de una gran cantidad de tradiciones que se enraizan en las culturas históricas de la zona del oriente mediterráneo y sus ámbitos de influencia, desde los antiguos persas o la cultura hebrea, hasta las escuelas filosóficas –como la Stoa, el Jardín, o la continuidad de la Academia y el Liceo- directas herederas de la filosofía griega. Este sincretismo cultural y religioso, al que debe unirse la aparición del cristianismo, es posible precisamente por la existencia de esa lengua común. Pero por ello mismo, también hay que tener en cuenta la introducción (a través de los conceptos del griego koiné) de lo helenístico en la traducción de las obras de la antigüedad no griega, siendo conscientes de que cualquier estructura lingüística da forma también a su contenido.
Uno de los datos más notables, en ese contexto, es la aparición de la Biblia de Los Setenta.  La Biblia Septuaginta, o Biblia de los LXX, es la traducción oficial al griego de los diferentes libros de la religión hebrea escritos en hebreo y arameo, varios siglos antes de que estos fuesen “canonizados” definitivamente para constituir la Tanaj (versión oficial judía de la Biblia) y la actual versión del Antiguo Testamento (versión oficial cristiana de la Biblia) que no coincide exactamente con la hebrea. Por ejemplo, la versión canónica hebrea no incluye –entre otros- el Libro de la Sabiduría, que fue escrito originalmente en griego –por un autor o autores judíos de la Diáspora,  que utilizaban ya la  lengua griega “koiné” propia de la época helenística- y que probablemente haya sido escrito en el siglo I ac, es decir, incluso probablemente después de que los primeros libros de la LXX –el Pentateuco- ya existieran en traducción griega. Quiero decir con esto: que es probable incluso que los autores del Libro de la Sabiduría hayan leído los libros fundamentales –la Torah- de su versión griega y no de la original. 

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