martes, 22 de diciembre de 2015

El héroe ante la muerte de Dios


No hace mucho leí una reflexión inquietante. El hombre insensato -decía más o menos así- es el que está dispuesto a morir por un  ideal; el sensato, en cambio, es el que está dispuesto a vivir día a día ese ideal.

Ante la chatura de la vida occidental moderna (consumismo, banalidad, idolatría inducida hacia  lo intrascendente), sentimos a menudo la atracción de arquetipos que parecen apuntar en la dirección contraria (el Ché, moda rediviva con superproducción cinematográfica incluida; Jesucristo, admirado hasta por quienes no creemos en su supuesto Padre:la “historia sacrificial”, que diría María Zambrano). Los héroes, que como en las películas fijadas en la memoria desde la infancia, nos consuelan en la ilusión de que al final ganarán los buenos. La propia historia y más aún, la vida cotidiana, desmienten nuestras fantasías; pero no hemos de negar que ellas sostienen -al hilo de la utopía- esa otra imperativa necesidad de todo ser humano: la finalidad, el sentido de la vida. Ilusión también, lo sé: pero ilusión constitutiva de la condición humana. También lo que llamamos realidad es otra ilusión, pero sin realidad no seríamos.

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