Hace ya unos cuántos años, en un
artículo publicado en Buenos Aires en 1984, me refería yo a la consulta que
hiciera la fundadora de la mítica revista cultural argentina Sur –Victoria
Ocampo- quien le pidió que sugiriese el nombre que llevaría la publicación a
José Ortega y Gasset. Me burlaba en esa nota de que Ocampo “Necesitaba la
opinión de un ‘hombre superior’, que por supuesto no podía ser otro que un
europeo, entonces filósofo de moda, aun cuando un español –la verdad, y sobre
todo un filósofo español- es un
europeo hasta por ahí nomás”.
Con los años, la vida y las lecturas
–una ecuación que no tiene por qué resultar indefectiblemente positiva- me he
dado cuenta de que aquella desdeñosa afirmación juvenil partía de una mera
taxonomía, la que sin duda ha primado casi siempre en el campo intelectual de
raíz europeísta (que tan hegemónico resulta en la Argentina de las últimas
décadas): y es la consideración de que “filósofo” es solamente quien elabora y
establece históricamente algún tipo de “sistema filosófico”, un completo,
siempre grandilocuente y sobre todo dogmático aparato de reflexión que pretende
contener en sí mismo todo el saber acerca del universo, del hombre y de sus
presupuestos de pensamiento y representación. Para entendernos: mientras que
Aristóteles, Santo Tomás o Hegel son filósofos; Séneca, Pascal (o Unamuno) son
nada más que “pensadores”. Queda, incluso, otra categoría más despectiva
todavía, la del mero “comentarista”, que supone alguien que se limita a
comentar ideas ajenas. Como si la totalidad del pensamiento, entre en la
categoría que se lo quiera categorizar, no fuera un constante comentar ideas
ajenas, para encontrar a partir de ellas –por adhesión, rechazo o confrontación
polémica- nuevas formas de pensar la realidad. ¿O es que existe algún
desarrollo serio del pensamiento que parta de una idea absolutamente original,
virgen, que no tenga relación con otras anteriores? Y no estoy negando aquí
–todo lo contrario- el poder de la intuición, que es la base de toda creación.
Pero hasta la misma intuición, se produce como respuesta – no necesariamente
racional- a partir de un impulso generado por algo que le precede, por una idea
que la motiva.
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