martes, 22 de diciembre de 2015

La mirada de aquel pez de entonces



En los comienzos de la adolescencia (supongo que en primer año de la secundaria), algún profesor nos dijo que según los estudios zoológicos, el aparato visual de los peces hacía que vieran las cosas sólo en dos dimensiones. De aquella observación, y de las largas noches de fin de semana que pasaba con mis mejores amigos no bailando sino discutiendo los temas mas inverosímiles, me llega el recuerdo de una recurrente pregunta que con los años, fui convirtiendo en el símbolo de todas mis preocupaciones intelectuales posteriores. “Si el pez ve el mundo en dos dimensiones -nos preguntábamos- y el hombre en tres: ¿cómo es el mundo real, de dos o de tres dimensiones?”
Estoy seguro que aquellos amigos que andan todavía por allí -en diversos lugares del mundo de tres dimensiones- recordarán aquel latiguillo por donde solían comenzar tantas noches de aquella época. Entre otras cosas, porque es la mejor época de la vida y las cosas que se dicen y se hacen entonces, ya no se olvidan.
Como ocurre también por esas edades, en poco tiempo de la duda pasamos a la certeza absoluta, lo que nos convirtió en irreconciliables (tal vez por eso ya hablábamos menos y bailábamos más): unos habíamos adoptado sin fisuras el marxismo escolar de Politzer, con su ingenuo realismo; otros, una suerte de solipsismo berkeliano. Izquierda y derecha, según el simplificado esquema de pensamiento que también es propio de la edad. Izquierda y derecha que por aquella década de los setenta, se empapó con toda rapidez y violencia de su significado más netamente político. Y que -también hay que decirlo- bloqueó en gran medida con su aparente dicotomía entre acción y contemplación, el que pudiésemos seguir debatiendo con la libertad y entusiasmo “deportivo” (hoy le llamaría “artístico”) de aquellas primeras épocas.

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